Este año, como ya sabéis, nos vamos a dedicar casi exclusivamente al estudio de la literatura latina (y griega). Y siempre que sea posible, leeremos textos actuales inspirados en los autores grecorromanos. He leído un poema de Santos Jiménez (Ávila, 1959) que, a mi juicio, nos incita a sumergirnos en la literatura clásica. Y es que no hay nada nuevo, todo está en los clásicos.
Todo lo que pensaba escribir
lo están diciendo los antiguos:
los trabajos, las ruinas, el sexo.
La ignorancia y miles de años
me separan de ellos.
Lo están cantando todo:
la bella muchacha,
el bello muchacho,
los dientes caídos,
las cargas de hacienda,
la guerra, la guerra, la guerra.
Catulo, Catulo, con ese ya no hay cuenta,
pues es un libro abierto
como corazón de torero:
los besos más sublimes
en los vasos más labrados,
el miembro del anciano
con el deber cumplido,
las violetas, las estrellas,
las caderas, los mimbres,
el miedo...,
y esas diosas creadas para consumo interno.
Lo están cantando todo.
Yo aquí lo dejo
y me tumbo a que me prendan
los latines que no entiendo.